child_backpack_rucksack_friend_siblingPor Angel Manzo

Hablar de los niños y niñas para mí representa un enorme reto y a la vez un profundo compromiso: esencial como ser humano y urgente en mi vocación teológica.

Un gran reto, porque  en mi corta existencia he sido más adulto que niño, mi propia niñez la fui reemplazando  por la adultez, por lo que me cuesta descubrir  “el niño” que según dicen todos llevamos dentro, pero no pierdo la esperanza de encontrarlo, anda escondido a veces. Soy consciente de mi adultocentrismo (centralidad y enfoque de adulto) asumido desde mis siete años de edad.

Es un gran reto porque hoy  mis  hijos reclaman que sea más niño con ellos, y ¡cuánto me cuesta!, es aquí cuando tengo que reconocer que no se trata de que ellos se conviertan a mí, sino que yo  me convierta a ellos.

Es un gran compromiso, porque hay temas que por mucho tiempo fueron relegados en el  quehacer teológico: las mujeres, indígenas, migrantes, personas con alguna discapacidad, y los niños. Y hoy, ante la realidad en la que viven millones de niños y niñas, nuestra teología no puede ser indiferente, requiere optar por los más pequeños.

Fue en un evento de Teología de la Niñez, facilitado por el teólogo colombiano Harold Segura y coordinado por Misión Alianza, que cambió mi manera de ver a los niños y niñas. Siempre hemos dicho que ellos  son lo  más importante, porque son el futuro de la patria (aunque hoy  ya reconocemos que también son el presente); pero la verdad es que del dicho al hecho hay mucho trecho. Si no, unas cuantas preguntas para comprobar lo importante que son los niños y niñas en nuestras comunidades eclesiales:

¿En cuántas iglesias se consideran a los niños y niñas como miembros? ¿Qué lugar tienen los niños en actividades de la iglesia que no sean el típico día del niño o la Navidad? ¿Los pastores y pastoras consideramos a los niños como parte de nuestro pastoreo? ¿Por qué resulta más cómodo a la hora de la prédica separar a los niños de los adultos? ¿Los predicadores pensamos en los niños y niñas como nuestro auditorio que escucha nuestro sermón? ¿Qué consideraciones tiene la infraestructura del  edificio de reunión para los niños y niñas? ¿Por qué los niños  son vistos solo como sujetos pasivos a los que siempre hay que educar y que, más están para recibir antes que dar?

La manera en que Jesús veía a los niños y niñas  era muy diferente a la nuestra. En Mateo 18:1-9, ante la pregunta de los discípulos por cuestiones de poder e importancia en el reino, Jesús hizo de un niño centro de aprendizaje: “Jesús llamó entonces a un niño, lo puso en medio de ellos”. Un niño en medio de cosas de adultos, especialmente cosas tan sagradas como el reino de Dios.

Pues bien, en esta ocasión no se trataba que los niños aprendan de los adultos, y más que aprender, se trataba de algo más exigente y radical, que pocas veces hemos considerado: “si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos” vs.3. El participar del reino de los cielos, queda condicionado a hacerse como niño. Verdad reconocida, pero poco reflexionada y aplicada.

¡Vaya sorpresa!, pues el discurso de nuestras predicaciones siempre va por el camino de arrepentirse  y creer,  porque  el  reino de los cielos se ha acercado (Mr. 1, 15); pero ahora el reino toma como figura central al niño, y a él hay que convertirse.

Desde entonces, mi manera de ver a los niños y niñas ha cambiado. Especialmente para aquellos que trabajamos con adultos, siempre estamos procurando que crezcan y desarrollen, que “no sean como niños”, al punto que ser como niño tiene un sentido hasta negativo. Hoy mi pensamiento ha cambiado, ahora mientras los adultos sean más niños, puedo decir que vamos por buen camino, mientras más adultos más niños, de eso se trata el evangelio. Ser niño siendo adulto implica  ser sencillos, puros, de limpio corazón, alegres, libre de rencores y odios, abiertos a la confianza y entrega al Padre, dispuesto a hacer su voluntad.

La iglesia del Señor  y su liderazgo tenemos el enorme desafío de responder ¿qué significa hoy  poner a los niños en medio? ¿Será a caso sacar a los niños de las aulas en las que se los retiene para que no se  mezclen con los adultos? ¿Será quizás que ellos tengan participación en el culto y  no esperar el que el primero  de junio se convierta como el día de la madre, en que solo en esa fecha recordamos la importancia del niño? ¿Dónde deberían estar ubicados los niños hoy en cuestiones del liderazgo? ¿Qué posición tendrán en la familia, la de aquellos seres pasivos a los que hay que criar, cuidar y esperar que crezcan para que hagan su aporte? ¿Qué lugar tendrán  en la iglesia, cuando a veces  son los más fieles, pero en la lista de miembros no aparecen sus nombres porque no han sido bautizados y en algunos casos porque tampoco diezman?

Tengo la leve sospecha que es posible  pensar en una escuela dominical que no requiera solo de maestros adultos para enseñar a los niños, dado que la escuela que modeló el  Maestro en Mateo 18  es más una escuela de adultos egoístas que tiene por maestro a un niño.

Cuando cambia nuestra manera de ver a los niños, cambiarán nuestras prácticas y ministerios hacia ellos (Ro. 12:2). Los centros de educación teológica están llamados a desarrollar nuevos enfoques  y modelos educativos  que  dejen  de hacer de los niños los sujetos pasivos a los que siempre hay que estar enseñando, y convertirlos en lo que son: el lugar central para el reino de Dios. La iglesia tiene el enorme privilegio de aprender de ellos y descubrir nuevos paradigmas de misión, educación y ética poco considerados

Urge un teología más infantil, aunque sea gateando, pero que sea capaz  de velar por los derechos  de los niños, revisar el castigo físico y si realmente la “vara es la mejor opción”. Una teología que confronte la instrumentalización de los niños y niñas haciéndolos “grandes predicadores en estadios”, y que los reconozca como  grandes por lo que son: niños y niñas, quienes en su naturaleza descubrimos el misterio divino.

1016634_583914308319860_520830815_nAutor: Ángel Manzo. Está casado con Dolores, tiene cuatro hijos: Samantha, Andrés, Cristopher y Madelaine. Trabaja en Guayaquil, sirve como Pastor de la Iglesia Alianza de Mapasingue (TEAMO) de la ACyM, también como Gerente del Departamento Misión Integral y Movilización de las Iglesias en  Misión Alianza. Es Licenciado en Teología y en Ciencias Humanas y Religiosas, Máster en Teología y en Gerencia y Liderazgo Educacional, participa como educador  teológico en algunos Seminarios su ciudad y fuera del  país. Locutor radial del programa Reflexiones de Actualidad por más de 9 años en HCJB-2. Cuenta con la Maestría en Teología en la Universidad Nacional de Heredia, de la Escuela de Filosofía y Ciencias Ecuménicas de la Religión-Costa Rica.

Texto tomado de: http://angel-manzo.blogspot.com/