Hace varios años que estoy involucrado en hacer teología desde la niñez. Mucho de esta vocación viene desde compromisos laborales con organizaciones religiosas y programas teológicos sobre desarrollo integral de la niñez, como también desde mi labor eclesial y colaboración con proyectos de trabajo junto a niños y niñas en situación de vulnerabilidad.
Pero la razón principal por la que estoy implicado en este quehacer es la experiencia de vida junto a mi hermano menor. Juan Marcos es discapacitado debido a un accidente que tuvo a tres semanas de nacer. Su vida es sin duda un regalo de Dios, ya que representa una lucha constante por sobrevivir, en cada etapa de su vida, haciendo frente a las adversidades que su débil cuerpo exigía.
Como familia hemos experimentado un proceso único. Valorar la riqueza de la vida en el más mínimo detalle. Una pequeña sonrisa, el movimiento de la mano llevando una cuchara a la boca, la elaboración de una frase completa con tres palabras, dar cinco pasos seguidos, se transformaron en elementos que nos mostraron qué significa la trascendencia. En esos “pequeños gestos”, inscriptos en la vida de mi hermano, podíamos ver que todo era posible. Cada cambio, cada movimiento, cada logro, por más pequeño que pareciese, significaba un vuelco inesperado y sorprendente.
La experiencia con Juan Marcos me ha marcado en cada área de mi vida. Por ello, hacer teología desde la niñez no es un campo más de mi quehacer sino un irrenunciable e inevitable punto de partida, sea que hable de teología política, poscolonialidad, espacio público o lo que sea. La experiencia de vulnerabilidad y la irrupción de pequeños pero importantes destellos de vida en medio de la oscuridad e incertidumbre, me ha ayudado a comprender la trascendencia divina manifestada, no como algo supranatural sino como la posibilidad-de-ser-más en lo más concreto de la vida cotidiana.
La imposibilidad de su cuerpo en desarrollar lo que es normativizado como desenvolvimiento correcto, especialmente en lo relacionado a los modos de comunicación, nos mostró que nunca se rindió a la hora de hacerse ver y reconocer. Siempre manifestó sus sentires, sus deseos, sus angustias y alegrías. Simplemente debíamos leer sus gestos, sus movimientos, sus expresiones. Aquí descubrimos que el cuerpo es un universo mistagógico por sí mismo, no sólo en su existencia física sino en la capacidad que adquiere en medio de un ámbito relacional abierto y plagado de amor. Lo corporal contiene en sí la belleza divina de la manifestación y de mostrar su impensable capacidad de las maneras menos pensadas.
Juan Marcos nos ha enseñado que en la vida nada es calculable y predecible. Es vivir el día en plena confianza y esperanza, en que las cosas simplemente… se darán como sucedan. Siempre habrán sorpresas, sea con plena alegría o profundo sufrimiento. ¿Acaso la vida no es así? Pues mi hermano nos ha enseñado a no discernir esa dinámica como algo lejano sino como una vivencia cotidiana.
Tal como entiendo la teología desde la niñez, ella significa abrirse a la trascendencia de Dios en ese momento de revelación manifiesto cuando Jesús pone a un niño en medio de sus discípulos como metáfora del reino (Mateo 18.1-4) Fue un niño real, de carne, huesos y piel, de un poblado, condición social y contexto concretos. Su cuerpo, su irrupción, su singularidad, fueron los elementos que Dios escogió para manifestarse.
Juan Marcos me llevó a ver la teología de una manera completamente radical y heterodoxa, por su irrupción al mostrar una forma radicalmente diversa de ver la existencia, la corporalidad y la revelación de la fe. Con él aprendí que lo divino se muestra de una manera particular desde la fragilidad del cuerpo y desde pequeños movimientos, pero no como algo negativo sino, por el contrario, como una instancia que nos lleva a repensar críticamente los estándares de un contexto “normal” de vida, fe y quehacer teológico. Dios se manifestó como irrupción diaria en su vida, con idas y venidas, bajadas y subidas, miedos y confianzas, alegrías y llantos.
Lo divino se reveló en las fisuras que abrió la debilidad de su existencia, cuestionando los exitismos, las glorias y los absolutos que la normalidad y objetividad nos imponía. Pocas cosas han sido tan impactantes para mi. Por ello creo que mi fascinación por la deconstrucción no deviene de una moda filosófica posmoderna sino de mi experiencia familiar, donde nos ha tocado valorar lo que se manifiesta en el reverso de la historia.
Es aquí donde creo y afirmo: “antes lo que es la locura del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo que es la flaqueza del mundo escogió Dios, para avergonzar lo fuerte” (1 Cor. 1.27)
Nicolás Panotto es de nacionalidad argentina. Cuenta con una Licenciatura en Teología y es doctorando en Ciencias Sociales en FLACSO. Es Becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en Argentina. También es Director del Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Pública (GEMRIP); Coordinador de Servicios Pedagógicos y Teológicos (SPT), y Miembro de la Directiva Internacional de Postcolonial Network. Además es parte del Comité Directivo de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL), e integrante dela Mesa de Biblia y Teología del Movimiento con la Niñez y la Juventud. Es autor de artículos sobre Teología de la niñez, y del más reciente libro “De juegos que hablan de Dios. Hacia una teología desde la niñez latinoamericana”, publicado por Sociedades Bíblicas Unidas y World Vision.
Muchas Gracias ,por este articulo aunque ya fue escrito hace algunos años, Dios lo usa para animarme.
felicidades al escritor .
pregunto ¿los libros están en digital?