¿Sabías que en América del Sur hay grupos aborígenes que consideran normal la venta de sus hijas adolescentes para sobrevivir a la pobreza?  He sido testigo del desafío que enfrentan los pastores de una iglesia local al luchar con principios culturales tan arraigados. En otro país de la región, luego de hablar de la realidad del abuso sexual infantil entre nuestras filas en las comunidades de fe, en distintas oportunidades se han acercado personas, (mayormente mujeres), con historias desgarradoras de años o meses de sufrimiento. Las historias se van multiplicando, y la vulnerabilidad aumenta para que esas personas sean víctimas de trata en el futuro. Más recientemente, como miembro de una red cristiana en contra de la trata, nos ha tocado escuchar de migrantes abusados, explotados y privados de su libertad en varios países de América Latina. Parece un virus, que la pandemia, los conflictos armados y los cambios climáticos han permitido expandirse sin oposición alguna que los limite y controle. Resuenan las palabras del profeta Isaías, “El ayuno que he escogido, ¿no es más bien romper las cadenas de injusticia y desatar las correas del yugo, poner en libertad a los oprimidos y romper toda atadura?[1]

Por más de 30 años he servido en comunidades del Caribe y América del Sur promoviendo el Desarrollo Integral en lugar de la asistencia que genera dependencia. Sin embargo, más recientemente, he sido expuesta a otras realidades donde el trabajo comunitario parece no llegar a afectar positivamente los resultados nefastos del pecado colectivo. Cuando hablamos de justicia social, de pobreza extrema, de crímenes internacionales, uno se pregunta, ¿cómo puede la iglesia local involucrarse en la lucha contra estructuras de poder tan organizadas, masivamente financiadas y débilmente definidas en las leyes nacionales, (si las hay), para acabar con ellas?

En un informe recientemente publicado por la Organización Mundial del Trabajo (ILO por sus cifras en inglés) y la Organización Internacional de Migraciones (OIM), se calcula un incremento de esclavos modernos, ahora contándose entre los 50 millones de personas. [2] A pesar del volumen de esclavos, tanto mayor que aquel que provocó la abolición de la esclavitud en siglos pasados, nos preguntamos: ¿Seguiremos resignados, los cristianos, a recoger a los caídos y ministrar desde nuestros templos a quienes aparezcan por las puertas de nuestros edificios? ¿Basta simplemente ser hospitales de campaña en medio de esta guerra, o podríamos ser parte de un sistema de prevención, y acción inmediata cuando consideramos los factores que predisponen a la comisión del delito de trata?

Primeramente, definamos los conceptos como lo hacen los países firmantes del protocolo de Palermo: La trata de personas significa el reclutamiento, transporte, transferencia, albergue o recepción de personas, mediante la amenaza o el uso de la fuerza u otras formas de coerción, secuestro, fraude, engaño, abuso de poder o de una posición de vulnerabilidad o de dar o recibir pagos o beneficios para lograr el consentimiento de una persona que tiene control sobre otra persona, con fines de explotación. La explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución de otros u otras formas de explotación sexual, trabajo o servicios forzados, esclavitud o prácticas similares a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos humanos.[3] El tráfico de personas, en cambio, se define como el transporte y entrada ilegal a otro país, a cambio de dinero, donde la relación con el traficante puede terminar luego de cumplir con el objetivo, aunque muchas veces se puede combinar ambos delitos.

Nuestras iglesias pueden ser parte de la prevención y la detección, la cultura de denuncia y el recibimiento de aquellos hombres y mujeres, niños, y niñas, lastimados por los efectos de quienes han abusado de una manera u otra de sus vulnerabilidades. Nuestra misión extiende los brazos de Dios para ser sal y luz, como nos enseña Jesús en Mateo 5:13-16. Estar en la repisa para alumbrar a todos los que están en la casa puede significar lo siguiente:

  1. Entender los mecanismos de captación, enseñar a los niños a protegerse y actuar en contra de cualquier intento de abuso en su contra. Hay numerosos y buenos materiales, adaptados culturalmente y por edades que están siendo utilizados en América Latina para prevenir y formar a nuestra niñez, adolescentes y jóvenes.[4]
  2. Educar a padres, maestros y líderes en formas prácticas de prevención, alfabetización digital, uso apropiado de las redes sociales, y cómo responder en casos de abuso sexual dentro de su área de influencia. ¡Gracias al Señor por aquellos hermanos comprometidos y dispuestos a enseñarnos en la región de América Latina![5]
  3. Equipar a la membresía para la escucha activa, la confrontación con sus heridas emocionales, el poder ir a la cruz para sanar, no solamente para perdonar pecados. (Isaías 53:4 y 6 dice que El cargó con nuestras enfermedades… gracias a sus heridas fuimos sanados), servir a los quebrantados de corazón de manera informada, humilde y sujeta a los principios bíblicos de la Misio Dei. [6]
  4. Formar parte de redes ministeriales internacionales, donde se puede luchar en conjunto, sinérgicamente, aprendiendo de otros y siendo recurso de referencia en plataformas organizadas, atención local de casos, e interacción con grupos[7] especializados que informan, educan e investigan procedimientos, nuevos casos, tendencias y soluciones en otros países que nos indican cómo seguir en los nuestros. 

La evidencia está en nuestras narices. Hay hermanos ya involucrados en la lucha. El mandato de Dios es contundente. La decisión de sumarse es nuestra opción. Pero como dijo el abolicionista Wilberforce en el siglo XIX, “Podrás mirar hacia otro lado, pero nunca podrás decir otra vez que no lo sabías”


[1] Isaías 58:6

[2] https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—ed_norm/—ipec/documents/publication/wcms_854733.pdf

[3] https://www.unodc.org/documents/e4j/tip-som/Module_6_-_E4J_TIP_ES_FINAL.pdf

[4] Grupos como Protégeme, Placeres Perfectos, libros para niños como Cuentos que no Son Cuentos, Valiente, una historia de amor y libertad, y el Cubo invaluable, son apenas ejemplos de muchos materiales disponibles en español para apoyar este ministerio. 

[5] Temas a tratar en grupos de jóvenes como el Grooming en Línea, uso prudente de redes sociales, Sexting, Sextorsión y el peligro de la pornografía deberían ser parte de nuestro programa educativo en grupos juveniles.

[6] El programa de las Sociedades Bíblicas, Sanando las heridas del corazón, está siendo implementado en muchos países de habla hispana y ha sido bien recibido y adaptado en muchos contextos locales.

[7] Desde Agosto del 2020, el Foro Latino contra la Trata, auspiciado por la Alianza Evangélica Mundial, ha reunido más de 25 organizaciones sin fines de lucro, denominaciones e iglesias locales en América latina para difundir esta propuesta. Facebook: https://www.facebook.com/search/top/?q=Foro%20Latino%20contra%20la%20Trata Reuniones trimestrales en zoom permiten que se conozcan entre sí y traten temas pertinentes que permitan seguir aprendiendo juntos.

Bibiana Pinto de Mac Leod es una médica argentina que vivió en Haití como misionera por 15 años, y en República Dominicana por 4, donde sigue sirviendo, junto con otros países en América Latina, y globalmente con Embajadores Médicos Internacionales. Es consultora global en Respuesta a Desastres, Trata de Personas, Culturas Orales y el programa de los 1000 días en Haití. Es co-fundadora del Foro Latino Contra la Trata, una red de organizaciones cristianas y denominaciones reunidas para combatir la trata. Es autora del libro autobiográfico “Un cambio de Libreto”, con una maestría en Desastres Humanitarios de Wheaton College en Illinois, EEUU.