Por Parrish Jácome
Las estadísticas, ciencias exactas, encontrarán en lo acontecido en ciudad de Guatemala, otra cifra que registrar. Números fríos, que poco o nada expresan de una realidad que carcome las bases de una sana convivencia, donde el derecho a la vida, no se respeta, ahondando esas grietas sociales que fragmentan y dividen. El lamento de los padres, las explicaciones de las autoridades, los reproches de la sociedad, terminan llegando tarde, como siempre tarde, para quienes merecieron una oportunidad de vida diferente.
El Hogar Seguro “Virgen de la Asunción” fue profanado, convirtiendo este espacio de albergue, cuidado y protección a la niñez y adolescencia, en un lugar de terror, donde las jovencitas lejos de ser protegidas, enfrentaban todo tipo de violencia, donde su integridad estaba comprometida. El silencio cómplice de autoridades terminó con estas vidas, no era la primera vez, denuncias sobre este centro, se habían realizado el año anterior, uniéndose a más de 45 reclamos por abusos entre el 2012 y el 2016. La respuesta, ninguna, no hay apuro, para los líderes de turno, este segmento de la población no es prioridad, no otorga réditos políticos.
La contradicción de un Hogar “Seguro” que lejos de ofrecer esa garantía de una vida digna, plena, donde quienes ya vivieron violencia en sus hogares, fueran conducidas con amor y respeto, quedó como un simple eslogan. Aterradas por un sistema cruel, donde impera las reglas del más fuerte, buscaron un camino a la libertad, sin pesar, que muchas se encontrarían de cara con la muerte. Las llamas de ese incendio que provocaron para salir de ese encierro, terminó por acabar con sus vidas, sueños, esperanzas.
Los responsables siguen libres, pretendiendo explicar, lo inexplicable. Frente al grito desgarrador de una sociedad que pide justicia, los llamados a ejercerla, buscarán la forma de cubrirse para evitar caídas estrepitosas. Hay que salvaguardar la institucionalidad, dirán en su interior, aunque el costo, siga siendo el mismo en muchos lugares, vidas humanas, vidas inocentes, vidas de niños, niñas y adolescentes, que no pesan de forma gravitantes en las decisiones de gobierno. Silenciarse no es el camino, sería la opción cómoda, cruel de este sistema, donde la vida cada vez vale menos, si es que, en algunos lugares, sigue valiendo.
La tragedia no sólo enluta Guatemala, su dolor nos debe convocar a todos, dejarlo así, nos exime de una enorme responsabilidad que tenemos, en la defensa de los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Levantar nuestras voces es necesario, indispensable, recordando a quienes buscando su libertad, murieron en el hogar que les prometió seguridad y cuidado. Me pregunto ¿Hasta cuando las lecciones seguirán provocándose a un costo tan elevado? ¿Por qué los llamados a defender los derechos de los más vulnerables, los siguen pisoteando? ¿Será por el silencio cruel y perverso de una sociedad indolente, donde la vida de otro casi no importa?
Demandar justicia es indispensable, la vida no es mercancía, menos aún un bien desechable, quienes desean llevar a la sociedad por ese camino, perdieron su esencia como seres humanos. Clamamos justicia, aquella que de forma integral, encuentre los responsables, establezca los cambios, resarza la dignidad, mostrando que los niños, niñas y adolescentes, son personas que merecen ser respetadas. Buscamos justicia, aquella que desde los valores del reino de Dios, establezcan las prioridades y enseñen el valor que debemos darles a los pequeños, nuestros maestros en amor y ternura.
Hogar Seguro, esa es la demanda para todos los adultos, la sociedad, los gobiernos, las iglesias, las familias, llamados a cuidar y proteger a los niños, niñas y adolescentes. Ni el viento, ni el sol, ni las palabras que digan, harán que me olvide de ti, exclamación de Jazmín Solar, en su álbum “Todos por Ayotzinapa”. En honor a estas 40 vidas que se opacaron y a esas 14 vidas que se siguen debatiendo entre la vida y la muerte, hagamos de la vida de nuestros niños, niñas y adolescentes, una expresión de vida plena, abundante, digna.
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