“Y la Palabra se encarnó y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, la que le corresponde como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”. (Juan 1:14 La Palabra-BLP)
Y, según el Evangelio de Mateo, el nombre del niño que nació es Emmanuel, que significa Dios con nosotros (Mateo 1:23). Son relatos henchidos de carne, de la carne bajo la cual Dios decidió visitarnos y hacerse como uno de nosotros. Porque al Creador no le bastó dialogar con sus criaturas, sino que quiso hacerse igual a ellas y experimentar “en carne propia” la humanidad que había creado.
Navidad, entonces, es tiempo propicio para preguntarnos como cristianos y cristianas por el lugar que ocupa la carne en nuestras teologías y doctrinas. Ella ha estado ausente; su mención ha sido escasa, cuando no, esquiva y huidiza. ¿Carne, qué te hiciste? Esta pareciera ser la pregunta a nuestras teologías desencarnadas y doctrinas que no han comprendido la dimensión erótica de la persona. En esto también, el Platón de los griegos triunfó sobre Jesús de Nazaret.
Pero, aquello que es deuda para la teología clásica no lo es para la poesía mística, la que ha sabido hablar del cuerpo con la pureza estilística y nobleza teológica que lo hace, por ejemplo, una de las nuestras, la brasileña Adélia Prado (Divinópolis, 1936-):
“Es inútil el bautismo para el cuerpo.El esfuerzo de las doctrinas para ungirnos,No comas, no bebas, mantenga las caderas inmóviles.Porque estos son los pecados del cuerpo.Al alma sí, a esta bautizad, confirmad,Escribir para ella la Imitación de Cristo.El cuerpo no tiene desvanes,Solo inocencia y belleza,Tanta que Dios nos imitaY quiere casarse con su IglesiaY declara que los pechos de la amadaSon como crías gemelas de gacela.Es inútil el bautismo para el cuerpo.Lo que tiene sus leyes las cumplirá.Los ojos verán a Dios”.
¡Bienvenida Navidad! Bienvenida la fiesta de la inocencia del Dios que nos imita en carne.
(Harold Segura. San José, Costa Rica, 19 de diciembre de 2016)
Comentarios recientes