Aquel día al atardecer les dijo: —Pasemos a la otra orilla. Ellos despidieron a la gente y lo recogieron en la barca tal como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un viento huracanado, las olas rompían contra la barca que se estaba llenando de agua. Él dormía en la popa sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: —Maestro, ¿no te importa que muramos? Se levantó, increpó al viento y ordenó al lago: —¡Calla, enmudece! El viento cesó y sobrevino una gran calma. Y les dijo: —¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe? Llenos de miedo se decían unos a otros: —¿Quién es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen?
Por Hanzel Zúñiga
Este evangelio no puede ser entendido si no vemos las escenas anteriores: Marcos nos presenta a Jesús predicándole a una gran multitud, ha pedido subirse en una de las tantas barcas que están a la orilla del mar de Galilea para no ser estrujado, desde ese ambón marítimo dirige su predicación. Al finalizar esta, “llegando el atardecer”, es decir, llegando la oscuridad, quiere entrar en la intimidad de su círculo de amigos, alejarse del bullicio, y con ellos “cruzar a la otra orilla” para pasar a un nuevo día. Los discípulos saben que en la otra orilla del lago Tiberíades está el territorio pagano de la Decápolis. Un país diferente y extraño. Una cultura hostil a su religión y creencias. Pero igualmente Jesús da la orden de hacerlo, a partir de ahí, Jesús es el único responsable de lo que ocurra.
Al tomar, de manera inmediata, la iniciativa de cruzar el estrecho mar, una tormenta fuerte y amenazante se desarrolla; es normal en el lago de Galilea los cambios climáticos abruptos como es normal en Marcos los cambios literarios abruptos. Pero qué sorpresa la que constatamos: ¡Se está cayendo el mundo afuera y Jesús duerme en la parte trasera del barco! Posiblemente en el asiento trasero de los marineros. ¿Por qué duerme? ¿Está cansado de la predicación? ¿La noche lo hizo desfallecer? Puede ser, pero para Marcos, Jesús descansa porque está al mando de todo lo que pasa, parece que sabe lo que va a pasar, incluso en medio de la tormenta está en paz.
Paralela y humanamente, son los discípulos los que mueren de miedo, no tienen control de nada y su inseguridad les espanta. El miedo es una respuesta típica frente a lo desconocido: la violencia del grito didáskale, en vocativo, destaca que le recriminan por qué está “tan campante” cuando pueden hundirse: ¿Te da lo mismo que nos muramos?
Jesús responde al reproche de los discípulos con un milagro “sobre la naturaleza”, es común en el AT y el mundo antiguo encontrar la acción de los dioses sobre los mares y los cielos para demostrar su poder, vestigios mitología como diría Bultmann. Este caso particular parece más bien un exorcismo porque Jesús encara al mar y al viento como si fueran seres vivientes, como si fueran “demonios” que están tras el peligro del mar (Henoc 69,22), otra cosa que es normal ciertos contextos donde los “diablos”, los “diantres”, acá en Costa Rica, el “pisuicas”, hacen de las suyas. Pero estas ideas, que buscan responsabilidades en otros seres, no son importantes para entender nuestro texto. Aunque Jesús, con solo una palabra, hace que la tempestad “se calle” y “se está quieta”, lo importante es que “la barca de los discípulos”, la comunidad de fe, está a salvo porque clamaron por ayuda. Algo determinante ha pasado: recurrieron a Jesús.
Jesús pone en orden todo pero luego les dirige la mirada y les increpa: ¿Es que todavía no tienen fe con tanto rato de conocerme? He aquí el centro de nuestra historia: sabiendo con quién caminamos y, aun así, desfallecemos… Pero ¿por qué el miedo nos paraliza? Mejor aún, ¿por qué, aun teniendo miedo en vez de reaccionar y aunque sea gritar más bien la pasividad nos asalta? Sentir miedo es sinónimo de sentirnos vivos, es una reacción de defensa en pro de la vida, lo dañino sería no reaccionar y seguir en el miedo.
Desde este punto de vista es sorprendente que los discípulos“se quedan espantados” luego de estar a salvo. Antes tenían miedo a la tempestad. Ahora parecen temer a Jesús. ¿Quién los entiende? ¡A todo temen! ¿Quién nos entiende? ¡A todo tememos! Sin embargo, dos detalles esenciales podemos extraer para nuestra vida de fe: la presencia de Jesús no descarta amenazas y peligros, la fe permite mantener la calma en medio de la tempestad sin que esto signifique no sentir sufrimiento o miedo. ¿Por qué? Porque el miedo se vence con cercanía, se vence con confianza, si los discípulos no tuviesen el deseo de surgir no gritarían por su vida: reprochar, hablar, gritar es sinónimo de querer vivir… Cuando llaman a Jesús empiezan a intuir que, con él, se puede salir adelante. Cuando nos preguntamos por Jesús en nuestras dificultades es porque tenemos la impresión de que sus palabras nos ayudan a caminar, tenemos la plena constatación de que con él, el mundo del dolor y del miedo, pueden ser superados porque otro mundo es posible desde Jesús.
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