En la actualidad, más de 1.200 millones de adolescentes viven en el mundo, nueve de cada diez de ellos o ellas lo hacen en países en vías de desarrollo1. Independientemente de las diferencias de ingreso entre países o las diferencias entre culturas, todas y todos los adolescentes enfrentan grandes desafíos en relación al ejercicio pleno de sus derechos, especialmente las mujeres.
Acceder a educación y servicios de salud de calidad, disponer de herramientas preventivas para disminuir el embarazo adolescente y el riesgo de contagio por VIH/ SIDA, contar con mecanismos y apoyo adulto para salir de la pobreza, vivir sin ser discriminados, acceder a oportunidades de trabajo decente y, sobre todo, tener el derecho a expresar opiniones, ser escuchados y considerados y participar en las decisiones sobre los temas que les afectan, son algunos de estos desafíos.
Y es que, a pesar del peso demográfico de la población adolescente en el mundo los adultos aún no dimensionamos la importancia estratégica de este grupo para el desarrollo de nuestras sociedades. Como señala el Estado Mundial de la Infancia 2011, son ellas y ellos quienes tendrán que hacer frente a las consecuencias intergeneracionales de las cada vez más frecuentes crisis del actual modelo económico, así como sus problemas de fondo, incluyendo el desempleo estructural que podría persistir; el cambio climático y la degradación del medio ambiente; el vertiginoso proceso de urbanización y la dinámica de la migración; el envejecimiento de las sociedades y los crecientes costos de la atención de la salud; la pandemia del VIH/SIDA; y las crisis humanitarias, cada vez más frecuentes y devastadoras.
En este sentido, es fundamental trabajar AHORA por, para y con las y los adolescentes. La adolescencia es un período central en la vida de las personas y el trabajo con adolescentes es fundamental para acelerar los progresos en la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la discriminación, en cualquiera de sus formas.
A menudo los adultos nos referimos a las y los adolescentes como la próxima generación, o el futuro. Pero ellas y ellos ya no quieren ser considerados sino como el presente. Si algo han demostrado las movilizaciones estudiantiles de 2006 y 2011, es que las y los adolescentes exigen hoy ser escuchados, así como participar en las decisiones en torno a los temas que les afectan, derechos –por cierto– consagrados en la Convención sobre los Derechos del Niño. No es posible olvidar que las y los adolescentes son parte fundamental del presente de nuestra sociedad: viven, trabajan y contribuyen a sus hogares, comunidades, sociedades y economías en múltiples niveles.
Escuchar y considerar plenamente las perspectivas de las y los adolescentes es el único modo de comprender lo que ellas y ellos esperan de nosotros. En este sentido, es nuestro deber como adultos crear oportunidades y mecanismos para que ellas y ellos participen en la sociedad, de una manera activa, libre e informada. Mientras más adolescentes chilenos ejerzan sus derechos a la expresión y la participación, más fortalecida resultará la democracia.
Las y los adolescentes pueden -y quieren– ser parte de las solucione a los problemas que los afectan, por eso es importante garantizar que sus opiniones sean escuchadas y plenamente consideradas.
Con la instalación de los derechos de niños, niñas y adolescentes en la sociedad chilena, se ha comenzado a hablar cada vez más del rol que corresponde a los adultos en este nuevo escenario, dando paso a una serie de dudas y preguntas sobre los límites de su autoridad, sus derechos y responsabilidades.
En efecto, el adulto tiene un nuevo rol frente a los niños, niñas y adolescentes (NNA), pero necesita saber cómo ejercerlo, necesita cambiar sus antiguas formas de mirar y tratar a los adolescentes. Este es nuestro objetivo: ayudar a los adultos a cambiar la perspectiva y sumarse a la tarea de acompañar a los adolescentes en su proceso de autonomía y ejercicio de su participación. Para esto el adulto necesita comprender a los y las adolescentes desde otro enfoque y también comprender cómo los adultos aprendimos a no dejarlos participar.
Lo primero que debemos entender es que la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) instaló la idea de que los niños, niñas y adolescentes son sujetos plenos de derecho y no “objetos” sobre los cuales los adultos ejercen sus derechos. Toda persona es sujeto de derecho, sin embargo, históricamente las leyes, la sociedad y la cultura habían concebido y tratado a los niños, niñas y adolescentes como objetos de protección, representación, cuidado, atención especial y control de parte de los adultos. La CDN alteró definitivamente esta situación, tanto en el plano legal como en la labor de los servicios del Estado, los cuales han comenzado a adecuar sus procedimientos. No obstante, el cambio aún no ha llegado a la vida cotidiana de la niñez y la adolescencia, a sus relaciones con sus padres, cuidadores, profesores, médicos, autoridades, etc., siendo el principal obstáculo los adultos y la cultura que guía sus enfoques y prácticas.
Se trata de que los y las adolescente deben aprender de sus errores y aciertos para ganar la experiencia suficiente que les permita enfrentar los desafíos de su vida actual y futura. En este proceso, los adultos debemos confiar en sus capacidades y aprender con ellos a transitar este nuevo camino; los NNA, por su parte, deben aprender a tomar decisiones, tener conductas coherentes con sus ideas, comprometerse y hacerse responsables de sus actos, pero, claro está, con la compresión y guía de los adultos. El punto clave para el adulto es guiar como un mentor y no mandar.
Texto tomado del manual: “Superando el adultocentrismo” de UNICEF Chile.
Descargue el libro de forma gratuita en: http://unicef.cl/web/wp-content/uploads/2012/12/UNICEF-04-SuperandoelAdultocentrismo.pdf
Este cuadernillo, “Superando el adultocentrismo”, se enfoca en el proceso que permite al adultocentrismo operar en los adultos y orienta sobre los caminos que podemos seguir para superarlo. Iniciaremos revisando los desafíos y oportunidades que los derechos de niños, niñas y adolescentes ofrecen a los adultos, luego abordaremos la forma cómo la adolescencia es construida socialmente y cómo opera el poder de los adultos en el adultocentrismo. El siguiente apartado muestra las dificultades de ser adulto en el siglo XXI, el cuestionamiento de los roles tradicionales y la necesidad de construir un nuevo referente adulto: un adulto aliado de las y los adolescentes. Aprenderemos sobre los mensajes adultistas, cómo se aprenden y reproducen y sus efectos en adultos y adolescentes. Continuaremos revisando un enfoque de trabajo intergeneracional, viendo las formas en que los adultos podemos acompañar el proceso de toma de decisiones de los y las adolescentes sin anular su personalidad. Finalmente, revisaremos algunos tips metodológicos para superar las prácticas adultistas.
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