Por Claudio Duarte Quapper

Nuestra sociedad occidental puede ser caracterizada conceptualmente desde diversas nociones según los ejes de observación que se privilegien en el aná- lisis. Para el caso de este ejercicio reflexivo, el eje principal es el de las relaciones entre clases de edad, específicamente juventud y adultez. Desde esa perspectiva, decimos que se trata de una sociedad adultocéntrica, producida como resultado de diversos procesos económicos y políticos que han consolidado materialmente este modo de organización societal, así como de la construcción de su matriz sociocultural que —en un plano simbólico—, potencia su recreación y reproducción, construyendo imaginarios que afectan directamente las relaciones y los procesos identitarios de diversos sujetos sociales.

UNO DE LOS ASPECTOS ampliamente debatidos en los estudios sobre juventudes alude al carácter de producción social que ella posee. De esta forma, se ha enfrentado una noción paradigmática anterior que planteaba una condición psicobiológica como característica definitoria del ser joven, otorgándole a los caracteres propios del crecimiento biológico y psicológico la capacidad de definir y clausurar la constitución de ciertos individuos en personas jóvenes. Sin embargo, el debate de los últimos treinta años en América Latina y en Chile ha abierto nuevas miradas, nuevos enfoques —que en diálogo con elaboraciones provenientes de Europa y Estados Unidos han desplegado con diversos grados de sistematicidad—, miradas que ponen de relieve otros factores al momento de conceptualizar el carácter de el ser joven-la persona joven, como énfasis en la condición de sujeto/a y/o actor que tendrían los individuos socialmente considerados jóvenes; la juventud, que en una acepción más múltiple puede referir a una etapa de la vida, grupo social, actitud ante la vida y que se enfatiza en su condición de diversidad y pluralidad —las juventudes— (Duarte, 2001); lo juvenillo joven, como las producciones que las y los jóvenes realizan, así como las que socialmente se elaboran respecto de ellos y ellas (Duarte, 2005); la juvenilización, como proceso social que produce e impone lo juvenil como una esencia que se autosustenta y que puede existir independiente del resto de la sociedad (Margulis, 1996).[1]

ADULTOCENTRISMO COMO PROCESO HISTÓRICAMENTE PRODUCIDO

Existen relatos sistemáticos de fases de la historia humana o de sociedades específicas en que se enfatiza en las relaciones que se producían entre clases de edad, a partir de evidenciar los procesos de emergencia de juventud y niñez (Feixa, 1998). Relevaremos el carácter conflictivo de estas relaciones en tanto constituyen asimetrías que contienen y reproducen autoritarismo (Gallardo, 2006).

En las sociedades primitivas sin Estado, la posible constitución de juventud estaba enmarcada —dentro de una amplia diversidad— por la existencia de ritos de pasos que señalaban el cambio de estatus de niños y niñas, para comenzar a jugar roles vinculados a la participación en las labores productivas, reproductivas y de defensa; lo que en algunos casos implicaba «el acceso a la vida adulta» o en otros «el ingreso en un grupo de edad semidependiente previo al matrimonio» (Feixa, 1998:20). Existían distintas ritualidades, por medio de las cuales se otorgaba legitimidad a la nueva condición de sus integrantes (Turnbull, 1984). Nos interesa debatir el carácter de estos procesos, ya que los «sistemas de edades sirven a menudo para legitimar un desigual acceso a los recursos, a las tareas productivas, al mercado matrimonial, a los cargos políticos» (Feixa, 1998:25). De esta manera, una característica de estas relaciones sociales primitivas es que se legitimaba la jerarquización entre edades, y con ello se aseguraba la subordinación de los sujetos y sujetas construidos como menores. Estas jerarquizaciones productoras de asimetrías se originaron y sostienen hasta hoy, sobre las ya existentes de orden patriarcal, en que las mujeres perdieron las posibilidades de ejercicio de poder en sus sociedades y fueron relegadas a roles reproductivos y productivos domésticos, sin capacidad en el plano de las decisiones políticas, económicas y sexuales (Simone de Beauvoir, 1998).

Diversos autores plantean que el patriarcado es un sistema de dominación que contiene al adultocentrismo: «en términos estrictos, el monopolio patriarcal es ejercido por los varones designados socialmente como adultos. […] Contiene [el patriarcado] la práctica de un adultocentrismo, por el cual la autoridad legítima y unilateral reposa ‘naturalmente’ en los adultos y también en las prácticas de discriminación de género con dominio patriarcal» (Gallardo, 2006; 230; Abaunza et al., 1994). Este patriarcado se habría gestado por necesidades que impuso la guerra, que generó ciertas ventajas a los varones (tamaño, fuerza y mayor velocidad); y por el sostén y transmisión generacional de la propiedad (herencia) mediante la atadura forzosa de la mujer.

A partir de las ideas presentadas es posible afirmar que en contextos de sociedad adultocéntrica:

  • Como tendencia, las relaciones entre grupos de edad se han planteado como relaciones de tensión y conflictos;
  • Esas tensiones y conflictos han sido resueltos desde los mundos adultos, por medio del empleo de fuerza física, cuerpos legales, normativas, políticas públicas y discursos autorreferidos como cientí- ficos, en un proceso acumulativo de mecanismos que profundizan en las condiciones de dominación;
  • Dicha conflictividad varía y se actualiza, muta y se renueva, de acuerdo a las transformaciones que en cada época las sociedades y culturas han adquirido, así como de acuerdo a los diversos roles que los sujetos sociales desarrollan;
  • Dicha conflictividad se produce desde los mundos adultos por la búsqueda de ocupar posiciones de control y prestigio —poder de dominación— en la estructura social, en las relaciones cotidianas, al decidir lo que otros y otras han de hacer, pensar y sentir, sometiéndolos a ello si es necesario;
  • Dicha conflictividad emergió a partir de aspectos materiales de estas relaciones sociales y posiciones (herencia, acceso a bienes y servicios, liderazgos comunitarios y sociales), y en la contemporaneidad, ella se ha complementado con aspectos de orden simbólico y subjetivo (prestigios, normas, identidades).
  • La emergencia y consolidación del adultocentrismo como parte del patriarcado ha permitido la concentración de posiciones de poder de dominio en varones adultos.
  • La emergencia de las y los sujetos jóvenes en las sociedades capitalistas ha sido dinámica, diferenciada infinita y conflictiva, lo que nos habla de diversidades y tensiones en su constitución.

 

[1] De los cuatro modos señalados, lo juvenil es a nuestro juicio la categoría más comprensiva, en tanto da cuenta de la condición relacional del ser joven y de las distintas formas de concebir-producir jóvenes, juventud (es) y juvenilización. Por ello, la nominación que utilizo es sociología de lo juvenil, para poner de relieve el propósito de hacer un análisis comprensivo de esta condición estructural y estructurante (Duarte, 2005). La misma opción asumo en este artículo.

 

Descargar el texto completo aquí

Claudio Duarte Quapper es Sociólogo y Educador Popular. Magíster en Juventud y Sociedad, Universidad de Girona. Doctorando en Sociología, Universidad Autónoma de Barcelona. Académico del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile, coordinador del Núcleo de Investigaciones en Juventudes. E-Mail: claudioduarte@u.uchile.cl