Por Edesio Sánchez Cetina
Entra en escena el profeta Eliseo. Es uno de los héroes de la historia y aparece con la imagen de «niño». Es importante considerar, sobre todo en la persona de Eliseo, que la metáfora del niño en los relatos bíblicos no es la del abúlico, ni la del «echado atrás», ni mucho menos la del pusilánime o cobarde –como es el caso del rey de Israel–. Sabe qué tiene a su alcance, y dentro de sus posibilidades y habilidades hace uso de ellas para salir avante, no en su favor, sino tomando el camino de la solidaridad y la justicia: «Deja que ese hombre venga a verme, para que se dé cuenta de que hay un profeta de Dios en Israel» (v. 8). Al respecto vale la pena citar aquí las palabras de Walter Wink[3]acerca de Jesús y de su actitud ante el poder y la grandeza:
Jesús no condena la ambición o la aspiración; más bien cambia los valores a los que están vinculados: «El que quiera ser el primero deberá ser el último y el servidor de todos». Jesús no rechaza el poder, sino solo cuando se le usa para dominar a otros. Jesús no rechaza la grandeza, sino que la encuentra en la identificación y solidaridad con el necesitado… Jesús no renuncia al heroísmo, sino que lo expresa al renunciar a los poderes de la muerte y al confrontar, desarmado, al inamovible poder de las autoridades.
Cuando Naamán llega, con todo su poderío económico, ante la casa del profeta, Eliseo no se deja deslumbrar ni por el oro ni por la plata ni por los lujosos ropajes. Es más, ni siquiera se molesta en salir a recibir al dignatario. Envía a su asistente –que es, sin lugar a dudas, Guehazí– para darle las instrucciones de lo que debería de hacer si quería recobrar la salud. Obviamente, Naamán se enfurece por esa humillación y desacato. ¡Qué diferente es la conducta de Eliseo respecto de la del rey de Israel! Si el rey de Israel se llena de pavor y queda petrificado ante la carta del rey y la presencia de Naamán en su palacio, Eliseo, por su parte, no solo recibe a Naamán con el fin de ayudarlo a recobrar su salud, sino que los obliga, tanto a él como al aparato imperial, a «jugar» siguiendo los criterios de la «tercera vía» y no los del statu quo:
Namán se enojó y se fue diciendo: «Yo pensé que el profeta saldría a recibirme, y que oraría a su Dios. Creí que pondría su mano sobre mi cuerpo y que así me sanaría de la lepra. ¡Los ríos Abaná y Farfar, que están en Damasco, son mejores que los de Israel! ¿No podría bañarme en ellos y sanarme?» (vv. 11-12).
No, Eliseo no le sigue el juego al sistema, y los sirvientes de Naamán lo saben muy bien (v. 13). Ellos, como la niña anónima y Eliseo, llegado el caso, se manejan con otras reglas. Así que con mucho respeto pero con firmeza empujan al amo a someterse a las reglas de juego del reino de Dios, de los niños, de la tercera vía. Y aquí precisamente, empieza el gran cambio en la vida de Naamán. Podemos decir, sin lugar a dudas, que aquí comienza ¡su conversión!
Ahora bien, hasta ahora, la niña de los versículos 2 y 4 no ha aparecido de nuevo en el relato –¡y ya estamos en el v. 14!–; pero esta apreciación se deduce tan solo de una lectura superficial de 2 Reyes 5. Se trata, más bien, de que el narrador ha diseñado el texto con tal arte y destreza que la niña y su proyecto de salvar a su amo están presentes a través de todo el relato. Varios son los elementos por medio de los cuales el autor demuestra esa presencia. El más obvio es la información que ella da en el versículo dos. Está presente también en la respuesta –aunque equivocada– de Naamán, en la de Eliseo y en toda la acción que desencadenó hasta llegar al versículo 14. Este versículo es clave, pues en él aparece, en primer lugar, el verbo «se volvió» y, en segundo lugar, la palabra «niño». Esta palabra traduce tanto en la TLA como en la RV60[4]la expresión hebrea naʽar qatón, y es el correspondiente masculino de la expresión hebrea femenina del versículo dos: «niño pequeño». De este modo, el autor del relato coloca todo lo dicho en los versículos 3-13 dentro del marco formado por los versículos 2 y 14 en donde se encuentra la expresión «niña/o pequeña/o». La salvación de Naamán consistirá, afirma el narrador, en «convertirse» en «niño». Es decir, la niña esclava de guerra y anónima es el paradigma que marca el cambio tanto de salud como de estilo de vida y conducta del poderoso comandante del ejército sirio, Naamán. Por eso es también necesario resaltar el papel importante que juega el verbo «volverse» (shub en hebreo). El hecho de que la piel de Naamán «se volviera» como la carne un niño (RV60) no es otra cosa que el primer paso de su conversión total, conversión que en la teología del texto de 2 Reyes 5 no es otra cosa que «volverse niño» como la niña anónima del versículo dos.
El verbo «volver» aparece de nuevo en el versículo 15, y con él se marca la «conversión» total de Naamán. A partir de aquí, la actitud y conducta del General cambian de manera radical. Hablemos de esa conversión punto por punto.
El segundo «volver» (v. 15) se refiere al «regreso» de Naamán a la casa del profeta. Pero nótese el cambio que ha ocurrido en la vida del admirado militar. Ya no es el que ordena, sino el que solicita humildemente (vv. 15, 17-18). A partir de ese segundo shub, Naamán no se presenta ante el profeta ni habla de sí mismo de otra manera que no sea como «siervo» (cuatro veces aparece esta palabra en 15-18). Como tal, ha dejado su posición de «jefe» y «adulto y poderoso» y se ha colocado en el nivel de sus «criados» o «sirvientes» (v. 12, aparece la misma palabra hebrea de los vv. 15-18, ebed) que es el mismo grupo al que pertenece la niña esclava de guerra del versículo dos. ¡Vaya conversión! ¿no?
Sin embargo, el cambio radical de Naamán no termina en el uso de la palabra «siervo» para referirse a sí mismo, sino en lo que sigue diciendo: En primer lugar, afirma su nueva fe en YHVH, Dios de Israel, y ofrece su ofrenda. Pero como ya lo había constatado anteriormente Eliseo, la oferta de salvación era por gracia, por lo que no aceptaba pago alguno por la conversión de Naamán. En segundo lugar –y aquí se nota su cambio de adulto a niño–, Naamán le solicita a Eliseo: Permíteme llevar toda la tierra que pueda cargar en dos mulas, porque de ahora en adelante voy a ofrecer sacrificios y ofrendas sólo a Dios. No se los ofreceré a ningún otro dios (v. 17). Aquel hombre adulto y orgulloso que había rechazado al río Jordán como un riachuelo insignificante (v. 12), ahora, como niño que ha pasado unos días en la playa y pide a los padres llevar arena para armar su cajón de arena y soñarse a la orilla del mar, pide dos cargas de tierra del mismo país del que antes se había burlado. En tercer lugar, y como clímax de su conversión total, en una acción de pura lógica infantil, le pide a Eliseo: En esto perdone Jehová a tu siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo también me inclinare en el templo de Rimón, cuando haga tal, Jehová perdone en eso a tu siervo (v. 18, RV60). La respuesta de Eliseo no podría ser otra. Con la misma lógica infantil le dice: Vete tranquilo (v. 19). ¿Cómo puede ser que este recién «convertido» a la fe yahvista, pidiera tal cosa? ¡Inclinarse ante la imagen del ídolo del dios extranjero! Y, ¡peor todavía!, que el mismo profeta de YHVH se atreviera a responderle que lo hiciera, que según él no había problema alguno.
Pero precisamente esa es la lógica infantil, la lógica del reino de Dios. Si no hay de por medio intención malvada ni idolátrica ante Dios, ¿por qué caer presa de dogmatismos y actitudes inflexibles? En el mundo de los niños tienen espacio abierto el juego, la creatividad, la sorpresa y la libertad. En este mundo, las estructuras no se transforman nunca en ley. Cada día se presenta como un espacio libre que permite que todo comience de nuevo. Ese es el comienzo –tan novedoso y sorpresivo e impensable en el mundo adulto del racionalismo y la lógica del statu quo, del mundo «real»– al que se refiere el profeta Isaías en 11.3-6. Todas las leyes, naturales, sociales y políticas se trastruecan en el reino mesiánico de Dios, el mundo de los niños. ¡Los enemigos más encarnizados conviven juntos y se comportan como compañeros de juego! Y lo más extraordinario es que su líder no es otro más que ¡un niño!, un naʽar qatón (v. 6), como la niña de 2 Reyes 5 y como el Naamán transformado en niño de ese mismo relato.
Y así regresamos a la idea central de la cita de Wink al principio de este ensayo: La niña esclava, prisionera de guerra, no se sumió en su tristeza y vulnerabilidad, ni tampoco ignoró el crimen producido por el odio entre naciones y razas. Más bien los superó y se lanzó al camino del perdón y la reconciliación, y de ese modo se liberó de sus naturales amarguras y odios y transformó la vida del mismo hombre que personificaba la definición de «enemigo» para todo israelita que había sufrido de la violencia y opresión del pueblo sirio.
[3] Walter Wink, p. 7.
[4] RV60 es la Biblia publicada por las Sociedades Bíblicas Unidas y conocida con el nombre Reina-Valera, revisión de 1960.
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